We get so disconnected.

Megadeth, Iron Maiden, Slayer y un montón de grupos más inundaban la sala. La música metal resonaba a todo volumen haciendo que las delgadas paredes de la habitación prefabricada retumbaran con los bajos. Sin embargo, eso era lo que me inyectaba energía antes de cada concierto. Música metal y un buen Red Bull conseguían ponerme a tono antes de cada actuación, eliminando los nervios y haciendo que todo fluyera con mayor facilidad. El resto del grupo, harto de mí y de mi absurdo ritual pre-concierto, habían abandonado la pequeña salita de estar, dejándolo todo a mi disposición.

Un par de sofás de varias plazas se encaramaban en una esquina, con tapizado de cuero falso y un cierto olor a rancio. Mis pies no tardaron en dirigirse a ellos y, antes de pensarlo siquiera, estaba dando saltos sobre los cojines sin ton ni son. Bailaba, o al menos eso intentaba, dando saltos y moviendo los brazos como si me estuviera dando un ataque epiléptico o algo por el estilo. Ya no me daba vergüenza que la gente me viera así, antes pensaban que estaba loco, ahora se habían acostumbrado a aceptar ese proceso necesario para dar paso al genio de la batería.

Una gotitas de bebida energética se derramaron en uno de los botes y me detuve momentáneamente para dar un sorbo a la lata. Más saltos, más música, más Red Bull. Sentía cómo los nervios por la actuación desaparecían poco a poco de mi cuerpo y los dedos comenzaban a revolotear ansiosos por coger las baquetas. Entonces, sin que yo me percatara, la puerta se abrió. ¿Habían llamado antes o no? Con la música tan estruendosa ni siquiera había notado que alguien había entrado hasta que lo tuve frente a mí.

Contuve un suspiro que hubiera sido demasiado vergonzoso y difícil de explicar. Pandora, tan resplandeciente como cada vez que se arreglaba para un concierto, me observaba desde el suelo. Vi que movía los labios pero su voz no se hizo audible por encima del volumen de la música, así que saqué el mando a distancia del bolsillo trasero de mis pantalones y apagué el equipo pero los saltitos no cesaron.

- Hey, Chapata, amor mío -bromeé un poco, burlándome de su nombre con un juego que fácilmente me hubiera costado la muerte si Panda no me conociese tan bien-. ¿Qué hace una damisela como usted en un lugar como este? Por cierto, por si no te has dado cuenta, no escuché nada de lo que dijiste antes. Repeat, please! -dije con una sonrisa pintada en los labios y exagerando el acento británico todo lo que pude en el último momento.